La historia que os voy a contar, sucedió en Agosto del 2019.
Nigeria, es para mi el país más complicado en la ruta hacia
Ciudad del Cabo. En casa lo temes, en Benín, te provoca ansiedad y una vez
estás dentro, lo que origina es la sensación de pérdida del control de las
cosas que suceden.
Leí muchísimo acerca de Nigeria, las opiniones de muchos
otros viajeros que se habían aventurado a atravesar este inmenso país, y la
mayoría coincidían en una cosa, la manifiesta y palpable corrupción que existe entre
los cuerpos de seguridad, llámense policía o militares. Era lo más temido por
mi.
Estos mismos viajeros, hablaban infinitamente bien de la población civil y
doy fe de ello, son extrovertidos, curiosos, parlanchines y tremendamente
hospitalarios, pero los que están al cargo de su seguridad, pueden llegar a ser
terribles monstruos, capaces de pararte en seco y no dejarte nunca más volver a
respirar.
Y estos son los protagonistas de esta historia.
Para pasar a Camerún, yo elegí la frontera que va de Gembú
en Nigeria a Mayo Dale en Camerún. El motivo en aquel entonces, era que la
frontera más transitada, llevaba dos años cerrada a los blancos por culpa de la
guerra civil que se estaba llevando a cabo en la parte anglosajona de Camerún y
todo y ser una frontera absolutamente asfaltada, la imposibilidad de
atravesarla por impedimento de los militares y por la gran inseguridad reinante
en la zona, me obligó a marchar un poco más hacia el Norte.
Esa región por la cual me veía obligado a pasar, era ya una
región complicada. Con anterioridad, se habían producido asaltos y secuestros
tanto a población local como a turistas y realmente no era un lugar como para
pararse a contemplar muchos paisajes o perder horas haciendo fotografías e interactuando con la población local. Realmente la tensión del lugar formaba
parte del oxigeno que entraba en tu cuerpo.
Recuerdo que por aquellos días, yo me iba arrastrando como
podía de agujero en agujero para dormir. Acarreaba con una infección de cuello
que me tenía a medio gas durante todo el día. Me producía una fiebre empalagosa
y cansina que me afectaba el humor y las ganas de continuar.
A esto se sumo que
hacía días que el negro asfalto había tomado un rumbo diferente al mio y que la
temporada de lluvias no me estaba dando ni la tregua que se le da a un enemigo.
Era un cóctel, en conjunto, un poco agobiante.
Recuerdo un video que hice por aquellos entonces, que meses
después, me llego a conmocionar por el estado de desespero que demostraba,
aprendí mucho de aquellos días.
Una tarde ya bien cansado de kilómetros y kilómetros de
pelearme con el barro, con el hambre, con el cansancio y de lidiar con el miedo
en algunos controles militares y con el pavor en determinadas áreas
excesivamente desiertas, el monstruo emergió de su escondite.
Recuerdo que era el décimo control militar del día que me
indicaba que me echase a un lado de la carretera. Ya por aquel entonces, sabía
por los gestos, por las formas, por su posiciones en el control, si iba a ser
un check point más amable o más arisco, más blando o más severo, había lidiado
con todo tipo de personajes, fanfarrones, simpáticos, arrogantes, listillos,
buscavidas en definitiva que lo único que querían era una paga extra del
turista blanco que yo siempre me negué a complacer, pero en aquella ocasión,
era diferente.
La manera como agitaban los brazos y las manos, como se
interpusieron en mi camino y la manera como blandian sus ak47, me hizo temer lo
peor. Dos de ellos me apuntaron directamente a mi cuerpo, a la vez que otro me
gritaba here here, aquí aquí, en un rincón alejado de la ruta. Mi instinto de
supervivencia, solo me dijo que le diese al botón de paro de la moto y que
levantase la manos en alto para no mostrar señal ninguna de amenaza.
Estaba realmente cansado, enfermo y destruido, pero aquello
fue como una inyección de adrenalina directa al corazón. Subió el pulso a un
ritmo frenético, noté la sangre correr por mis venas, y todo el cansancio que
acumulaba se desvaneció.
Me gritaron a la vez que me hacían gestos para que me
quitase el casco. Delante tenía a cuatro bestias armadas y poseídas por algún
tipo de droga parecida a la cocaína. Eran cuatro animales cazando a una presa.
El perro que tenía a mi derecha, me amenazaba con su arma, apuntándome al
cuerpo, otro perro sacudía mis alforjas, intentando buscar en el interior lo
que su pobre cerebro le hacia imaginar que podía haber en el interior, un
tercero me pedía el pasaporte totalmente colgado de la locura y el peor, el
gran jefe, me gritaba, yo que se que, tan cerca de mi rostro que notaba su
asquerosa saliva golpear mi cara.
Estaba absolutamente aterrorizado. Mi cabeza no paraba de
pensar como calmar aquella jauría de hienas drogadas y armadas. Aseguro que
pensé, que si daba un paso en falso, uno de ellos podría apretar el gatillo y
acabar conmigo. No exagero si cuento que pensé que allí iba a encontrar mi
final.
Al bastardo de la izquierda era imposible mirarlo a la cara
y suplicarle piedad, lo único que podía hacer era inclinar mi cabeza hacia el
lado contrario y no intentar confluir con su mirada, puesto que podría tomarlo
como una señal de lance, o de lucha. Era un perro repleto de rabia al que solo
podía mostrarle sumisión.
Mi instinto me mantuvo misteriosamente calmado, muerto de
miedo pero, aparentemente tranquilo. Tenía que encontrar un punto de inflexión
en todo aquel mal sueño, algo que me mostrase piedad y me marcase un camino
para encarrilar tan desesperada situación.
Mi mirada marchaba siempre hacia mi pasaporte. Siempre, en
todos los viajes, el valioso documento ha sido tratado como mi pertenencia más
preciada y mi automatismo hacia el, provocaba que no lo perdiese de vista. Esto
consiguió que pudiese contactar con la mirada del que ahora era su portador, y
que no paraba de mirar las páginas una y otra vez buscando yo que carajo se. Me
balbuceaba preguntas que yo no lograba comprender, pero creo que en eso, mi cerebro, encontró la ventana
de posibilidad.
Cada segundo, conseguía contactar más con este energúmeno y
disminuir su tensión hacia mi. El asqueroso humano que sacudía mis alforjas ya
hacia rato que había perdido el interés y el más peligroso de todos, el que me
apuntaba con su arma, ya encaraba el cañón de la muerte hacia el suelo.
En un gesto de suplica, le rogé al portador de mi pasaporte,
que apartase a su perro de presa de mi cara, el muy hijo de mil padres, no se ahogaba
en su bilis y seguía vomitando saliva sobre mi cara.
"Supliqué por su muerte".
Solo faltaba, reconducir la situación un poco más.
Y la situación mejoró con la llegada de otra presa más
codiciosa. Escuché un camión que llegaba por mi espalda y tres de los militares
me soltaron de sus fauces y corrieron a por el gran vehículo, el que tenía el
pasaporte me hizo un gesto con la cabeza, como diciendo…. desaparece de aquí
que hoy esta cuneta no va a ser testigo de tu último día, y me devolvió mi
preciada pertenencia.
Arranqué el motor y como si un hilo de gasolina ardiendo
estuviese persiguiendo mi vida, desaparecí de allí hacia la siguiente
desagradable odisea que ya explicaré en otra ocasión.
Nunca antes temí por mi vida. En otras ocasiones, la tensión
con policías y militares, había sido máxima. Discusiones, enfrentamientos,
gritos, empujones y amenazas, son historias con las que he tenido que lidiar en
estos años viajando por África, pero lo que me ocurrió aquel día, es lo más
cerca que nunca estuve de perderlo todo.
Días más tarde, ya en Camerún, con la historia ya más o
menos olvidada, me enteré que a un viajero alemán que también viajaba en moto,
lo asesinaron por aquella zona. Recuerdo que me estremecí de pena y miedo.
Brutal experiencia! La forma de contarla, lleva a la sensación más cercana,a vivirla en primera persona!Felicidades por seguir vivo!
ResponderBorrargracias por el comentario toni
BorrarGran relato y excelente control de la situación, no te envidio en ese momento, un abrazo y sigue deleitándonos con excelentes relatos como este.
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